Entre 1818 y 1890, la evolución de la bicicleta estuvo marcada por la creatividad y, en muchos casos, por la extravagancia. Desde la aparición del Laufmaschine en 1818 hasta la imponente Penny-farthing de la década de 1870, cada modelo representaba un experimento en la búsqueda de eficiencia, estabilidad y velocidad. Estos primeros intentos no solo fueron un desafío para la ingeniería, también para los ciclistas que tuvieron que adaptarse a máquinas tan innovadoras como peligrosas.
Uno de los diseños más curiosos de esta época fue el Velocípedo, también conocido como boneshaker (sacudidor de huesos), construido en su totalidad de hierro y madera. A pesar de ofrecer una experiencia de conducción extremadamente incómoda, fue uno de los primeros modelos en popularizarse masivamente. La estructura rígida y las ruedas de metal transmitían cada irregularidad del camino, haciendo de cada viaje una prueba de resistencia para el ciclista.
A medida que avanzaba el siglo XIX, las bicicletas fueron perfeccionándose, incorporando pedales, neumáticos y cadenas. Estos avances sentaron las bases de lo que hoy conocemos como bicicleta moderna, pero siempre mantuvieron un toque de extravagancia que reflejaba el espíritu innovador de la época. Estas primeras bicicletas revolucionaron el transporte personal y marcaron el inicio de un fenómeno cultural que sigue evolucionando hasta nuestros días.