Hacer ejercicio de forma habitual es lo más recomendable para mantenerse en forma tanto a nivel físico como mental. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda 150 minutos de ejercicio de intensidad moderada a la semana para mejorar la salud. Sin embargo, los sobreesfuerzos o entrenar a una intensidad superior a la que el cuerpo está acostumbrado son habituales en el ejercicio, y pueden destapar un problema cardíaco no detectado antes.
Cuando el cuerpo avisa
Año tras año, muchos deportistas tanto profesionales como aficionados ocupan titulares de prensa tras morir por paro cardíaco mientras entrenaban, sin causa aparente previa. Estas muertes súbitas están relacionadas en su gran mayoría con un problema cardíaco previo no detectado por el deportista.
Es importante reseñar que la edad, el peso, el nivel de condición física y la existencia de cualquier problema de salud son aspectos que influyen directamente en los beneficios que puede aportar el ejercicio físico. Esto quiere decir que si no estamos acostumbrados a entrenar de forma irregular, no es lógico ni saludable comenzar a realizar ejercicio de forma intensa. De hecho, es un peligro más que un beneficio.
La mítica frase No Pain, no Gain (en español, Sin dolor, no hay ganancias) es muy popular en la comunidad deportiva, pero incita a realizar ejercicio con una intensidad que no siempre va a ser saludable y que puede llevar al deportista a sufrir problemas serios. Por suerte, el cuerpo humano es sabio y, si se le presta atención, casi siempre avisa de que algo va mal.
Síntomas de un problema cardíaco
Conociendo los tres síntomas principales que pueden estar indicando un problema cardíaco, se pueden prevenir males mayores. Esto no quiere decir que ante la aparición de cualquiera de estas señales el deportista vaya a sufrir un infarto, pero sí que pueden ser un indicativo de que ha llegado la hora de consultar a un especialista.
El síntoma más característico de que algo no anda bien es la aparición de un dolor torácico en el centro del pecho, en la zona del esternón, que incluso se puede extender hacia el brazo izquierdo. Cualquier molestia en el pecho durante un esfuerzo físico es motivo de preocupación y debería ser valorada por un médico especialista para descartar un problema cardiovascular.
Durante un entrenamiento intenso, sufrir mareos, palpitaciones, taquicardias o incluso perder el conocimiento también son síntomas de alarma que no se deben ignorar. En la mayoría de ocasiones, todos estos problemas suelen ser benignos, fruto de un amala hidratación o alimentación, de un exceso de temperatura, o de falta de descanso. Pero también son un motivo de consulta médica en caso de ser repetitivos.
Por último y también muy frecuente, la falta de aire cuando se realiza una actividad física no muy intensa puede ser un síntoma de un problema de contractilidad miocárdica, que básicamente es la capacidad de acortarse y de generar fuerza del corazón. Obviamente, si el deportista está resfriado, tendrá la sensación de que no le llega el suficiente aire a los pulmones, pero si la falta de aire suele ser habitual, lo más recomendable es acudir a la consulta de un especialista.
El ejercicio físico está cada vez más de moda, con millones de personas disfrutando del ciclismo, del running y de otros deportes al tiempo que cuidan su salud. El problema es que no todas estas personas acuden a su médico para hacerse un reconocimiento, por lo que a medida que se acostumbran al ejercicio y aumentan la intensidad del mismo, también fuerzan su cuerpo a unos límites que pueden revelar patologías no detectadas.
La prueba de esfuerzo
Lo más recomendable para cualquier deportista habitual es realizarse, al menos una vez al año, una prueba de esfuerzo para verificar que todo funciona de forma correcta dentro del cuerpo. Se trata de un test estandarizado que, mediante un riguroso control médico, sirve para valorar el estado físico de una persona.
Este tipo de pruebas se suele realizar en centros médicos especializados, sobre una cinta o bicicleta estática, y tiene una duración aproximada de 15 minutos, realizándose en ese lapso de tiempo un esfuerzo físico que va de menor a mayor intensidad hasta que la persona ya no puede continuar.
Durante toda la prueba, el deportista tiene monitorizados tanto su ritmo cardíaco como su respiración. Gracias a los datos aportados por estos dos monitores, los especialistas pueden analizar los cambios de ritmo en el corazón y el consumo de oxígeno y dióxido de carbono, entre otros valores.
Entre estos datos destacan la frecuencia cardíaca máxima real de la persona, muy útil para calcular el porcentaje de pulsaciones a la hora de realizar entrenamientos basados en intensidad de la FCM; y el VO2Max, que es el consumo máximo de oxígeno que el cuerpo puede procesar y sirve para evaluar el nivel de resistencia.
El cuándo realizarse una prueba de esfuerzo es algo personal, pero a nivel principiante y sobre todo si se suelen realizar esfuerzos notables en cualquier deporte, lo más recomendable es hacerse como mínimo una prueba anual para que la persona conozca cuál el su estado físico real y, por tanto, los límites que no debe superar y los aspectos que debe entrenar para mejorar.