El famoso dicho inglés No pain no gain, cuyo significado se traduce como Sin dolor no hay ganancia, es una buena fuente de motivación a la hora de entrenar sobre la bicicleta, pero también puede llevar a cualquier persona a caer en excesos. El entrenamiento es necesario para progresar como deportista, pero el descanso también es fundamental para una correcta recuperación, sobre todo si se dan una serie de circunstancias.
No hay que salir a entrenar...
Cuando hay una lesión, dolor o enfermedad en curso. Salir a entrenar en pleno proceso de recuperación postoperatoria o de una lesión, padeciendo algún tipo de dolor que no desaparece, o incluso bajo los efectos de alguna infección vírica como la gripe, no es recomendable en ningún caso.
Aunque el ejercicio físico es beneficioso para la salud, hay que tener en cuenta que se trata de una actividad que demanda un mayor trabajo en diversas partes del organismo, y que en caso de disfunción de alguna de estas partes, se puede terminar agravando el problema en lugar de mejorarlo.
Cuando se ha ingerido alcohol, una de las drogas más aceptadas por la sociedad a pesar de tratarse de una sustancia que, además de provocar todo tipo de enfermedades (hepáticas, oncológicas, cardiovasculares, neurológicas, psiquiátricas, etc) también está directamente relacionada con las muertes en la carretera, ya sea de conductores, de atropellados, o de ambas partes.
El alcohol actúa intoxicando el sistema nervioso central ejerciendo un efecto depresor de sus funciones, lo que se traduce en una mala coordinación y equilibrio, una disminución de la atención y los reflejos, un mayor tiempo de reacción y una merma en la capacidad para calcular la velocidad y las distancias, con el riesgo que ello conlleva para el deportista y para los que le rodean.
Cuando no se ha dormido la noche anterior. El sueño es el proceso más importante del organismo para su recuperación. A nivel fisiológico, una noche sin dormir o de muy mala calidad de sueño afecta a la habilidad del organismo para procesar la glucosa y provoca la disminución de la temperatura corporal basal, que no es otra que la responsable, entre otros factores, de la constancia del ritmo cardíaco.
A nivel mental, una persona que no ha dormido lo suficiente se vuelve más lenta y menos precisa, así como más predispuesta a padecer otros problemas como un aumento de la percepción de dolor, un mayor agotamiento, trastornos gastrointestinales y una mayor debilidad del sistema inmunitario, con el correspondiente riesgo de infección.