En plena festividad de Halloween, pasadas las tres de la tarde en el barrio de Tribeca (Manhattan), la sangre de varias personas que circulaban por uno de los carriles bici de la ciudad tiñó el asfalto de rojo. No fue un accidente. No fue el atropello de un conductor imprudente. En esta ocasión, se trató de la despiadada acción de un terrorista islámico que, en nombre de un dios invisible, acabó con la vida de ocho inocentes dejando heridos a otros 12 tras arrollarlos con una furgoneta alquilada.
El autor del atentado, un tal Sayfullo Saipov de 29 años, procedente de Uzbequistán y residente desde 2010 en Tampa (Florida), no constaba en ningún archivo policial como posible sospechoso de radicalismo islámico. Sin embargo, tras perpetrar la matanza de los ciclistas, declaró que "se sintió bien" y que lo hizo en nombre del autoproclamado Estado Islámico. Según la declaración del propio terrorista, llevaba más de un año preparando el crímen. Se trata del primer atentado con víctimas mortales en Nueva York desde el fatídico 11-S, en esta ocasión con los ciclistas como principal objetivo.
Tras la detención del terrorista por parte de las autoridades (herido de bala e ingresado en el hospital), Nueva York ha comenzado a blindar los carriles bici de la ciudad colocando gruesos bloques de hormigón para impedir la entrada de cualquier vehículo motorizado. El carril bici donde sucedió la matanza, el Hudson River Greenway, es uno de los carriles para bicicletas más concurridos de todo Estados Unidos y, pese a ello, en muchos tramos solo está separado del tráfico motorizado por un seto bajo y una fila de escuálidos árboles demasiado alejados entre sí. ¿Realmente era necesaria la actuación de un terrorista para mejorar la seguridad de los ciclistas en el carril bici con más tráfico de todo el país?