Puede que muchos lectores no lo sepan, pero la sensación de tener hambre no siempre siginifica que el cuerpo esté pidiendo nutrientes. De hecho, la ciencia ha comprobado que existen dos tipos de hambre distintos, siendo el hambre fisiológica la única que realmente requiere meterse alimentos en la boca. Desgraciadamente, el otro tipo de hambre también es muy común, y está mucho más ligada a causas emocionales que nutricionales.
La diferencia entre tener hambre y creer que se tiene hambre
Conocer y comprender cómo funcionan los dos tipos de hambre es muy importante para poder optimizar la dieta, no caer en excesos alimentarios y, por tanto mantenerse en un peso adecuado sin añadir kilocalorías innecesarias a la ingesta diaria de alimentos. Los dos tipos de hambre son la fisiológica y la emocional, y dentro de la emocional también se podría distinguir entre la mental, la social y la sensorial.
Como es lógico, el hambre fisiológica es la más importante y la única que realmente requiere atención en forma de alimentos. Surge poco a poco, cuando el cuerpo necesita nutrientes para funcionar correctamente, mandando al cerebro la señal de que ha llegado la hora de reponer fuerzas. Se distingue porque es un hambre real donde se resta importancia al alimento que se elige, ya que se antepone la necesidad al capricho.
El hambre emocional surge cuando se atraviesan períodos de ansiedad, estrés o incluso felicidad, y también está relacionado con el contexto o la situación física de la persona en ese momento. Estas emociones pueden desencadenar un hambre que verdaderamente no es real, influyendo en el deseo de comer incluso cuando el cuerpo no necesita más nutrientes.
El hambre mental, o hambre creativa, se manifiesta cuando la persona necesita estimular la mente. Enfrentarse a la necesidad de generar ideas creativas, redactar informes detallados o mantenerse en alerta con plena atención porque el trabajo así lo requiere puede generar este tipo de hambre.
El hambre social es una de las más habituales. Estar en compañía de amigos y familia siempre lleva a comer más. También surge por envidia o por curiosidad, cuando se ve a otra persona comerse algo muy apetitoso, o cuando te invitan a probar algo que te aseguran que es delicioso.
Por último, el hambre sensorial se despierta cuando se perciben aromas, colores y sabores apetitosos. A pesar de que una persona ya esté saciada y no necesite más nutrientes, el olor de su comida o postre favorito, o de algo realmente agradable, siempre puede incitar a comer un poco más.